¡Un asunto espinoso, el erizo de mar! Se ocultan como trampas camboyanas entre las rocas de la orilla y raro es el crío que no haya salido alguna vez del agua dando alaridos y cojeando, con los pinchos del erizo clavados en la planta del pie. Yo he llegado a clavármelos hasta en la barriga.
Hoy vamos a dedicar este espacio al erizo clásico, de infantería: el Paracentrotus lividus. Supongo que se llamará así porque cuando te lo clavas te quedas lívido de dolor. Su cuerpo, de entre 5 y 7 cm de longitud, es redondo y aplastado como una pequeña bomba lapa adherida a la roca.
El erizo de mar común presenta varias coloraciones: verdosa, amarronada o violácea, y sus espinas pueden ser tan largas como el caparazón. Éstas se dividen entre espinas primarias, largas y equinociales, y espinas secundarias. Todas ellas son flexibles y pueden moverse a voluntad, ayudando al erizo en su labor de alimentarse y moverse. Porque si, los erizos se mueven: exactamente un metro al día. Ya sabéis que si hay que ir se va, pero ir pa na... es tontería.
Una de las cosas mas hermosas del erizo es su esqueleto, dividido en gajos como una naranja: cinco gajos ambulacrales con microporos para la locomoción, y cinco interambulacrales. A lo largo de esta estructura se abren grandes poros radiales de donde emergen las temibles espinas. En el hemisferio aboral o parte superior se encuentran el ano y el aparato reproductor, y en el hemisferio oral o inferior, la boca, festonada por una serie de "enganches" denominados pies ambulacrales bucales.
El resultado, como podemos ver, es una composición de una simetría tan perfecta como sólo puede conseguirlo la madre naturaleza.
Atención: el erizo común puede confundirse con el erizo negro (Arbacia lixula), pero fijaros bien. El erizo negro tiene las espinas más largas y densas, distribuidas de una manera más uniforme. Y sobre todo, el erizo negro es... mucho más negro.