(Este artículo procede de otro de nuestros blogs, BITÁCORA 1982, propiedad de nuestros redactores)
"BARRACUDA" David Doubliet |
De todos los trastornos que puede sufrir un buceador (que son muchos y deliciosamente variados) la narcosis o "borrachera de las profundidades" es sin duda uno de las más extraños: se trata de una intoxicación por exceso de nitrógeno en el organismo, y su síntomas son muy parecidos a los de una borrachera de copazos. A 10 metros bajo el agua sus efectos son imperceptibles, alrrededor de los 30 metros el organismo empieza a acusar sus primeros indicios, y a más de 70.... en fin, ya son ganas liarla. Cada cuerpo es un mundo y cada persona reacciona a la narcosis de diferente manera, pero un cuadro sintomático general podría ser el siguiente:
10 - 30 m. Leve deterioro en el desempeño de tareas (El manómetro tiene que estar por aquí, colgando de alguna parte...), leve deterioro del razonamiento (¿Me se habrá caído?), y puede presentarse euforia leve (Joder este pez es el mejor putopez que he visto en mi vida).
30 - 50 m. Retraso en la respuesta a estímulos visuales y auditivos: (...¿qué?), alteración del razonamiento y de la memoria inmediata (¡Mira, un cangrejo! ¡Mira, un cangrejo! Por cierto, ¿has visto ese cangrejo?), ideas fijas (De aquí no me muevo hasta que salga ese pulpo de la grieta), errores de cálculo y alteración en la capacidad de toma de decisiones (Estoy en reserva... venga, pues una vueltecilla más y me subo), exceso de confianza y del sentido de bienestar (Soy la sirenita Ariel y este es mi reino, lalalaaa...), risa y locuacidad injustificada que pueden sobrellevarse mediante auto-control (¡Me parto el ojete con esta roca!) e incluso episodios de ansiedad, más común en aguas frías y turbias (Tengo frío y no veo. Sacadme de aquí.)
50 - 70 m. Los síntomas se intensifican: somnolencia, deterioro del juicio, confusión (Tengo señito, nena a dormir...¿dónde está mi almohada?), alucinaciones (Que chula esa ballena tricolor con tenazas de langosta), retraso severo en la respuesta a señales, instrucciones y otros estímulos (cri-cri...cri-cri...), mareos ocasionales (Dicen que es muy fácil vomitar con el regulador puesto. Comprobémoslo), risa descontrolada, histeria (Jajajjajjajajaaa, está reputa roca es lo más gracioso que he visto enmividaaaaaAAARGH!!!!!!), estados maníacos o depresivos (Igual debajo de mí está pasando un horrible monstruo marino) y sensación de terror (Voy a ser devorado por un horrible monstruo marino).
+90 m. Bueno chavales, a partir de esta profundidad se acaban las bromas. Estupor, sensación de levitación, aumento de la intensidad de la visión y la audición, alucinaciones fuertes, alteración de la percepción del tiempo, sensación de apagón inminente, cambios en la apariencia facial, pérdida del conocimiento... y muerte.
La narcosis no es letal por si misma si se detecta a tiempo: sólo es necesario ascender a la zona de seguridad para que sus efectos vayan desvaneciéndose sin dejar secuela. La gran mayoría de los casos de narcosis no pasan de ser meras anécdotas: descacharrantes algunas, espeluznantes otras, inofensivas las que más. Pero cuando pasas la frontera de los 60-70 metros...son palabras mayores.
¿Sabes lo que tienes que hacer para encontrarte con una sirena? Bajas al fondo del mar, donde el agua ya ni siquiera es azul y el cielo es sólo un recuerdo. Flotas allí en el silencio, y te quedas allí. Y decides que morirás por ellas. Sólo entonces empiezan a salir. Vienen y te saludan , y miden el amor que sientes por ellas. Si es sincero, si es puro, se quedarán contigo, y te llevarán con ellas para siempre
Jaques Mayol
He bajado bastante rápido y noto como el perro de la narcosis me está mordiendo...la náusea me invade...me siento incómodo...intento nadar y lo hago dentro de una masa gelatinosa....el aire es espeso y cuesta un poco respirar...alguien está tocando una campana...¿porqué tañen una campana? Debo concentrarme...Me llamo Ramon y vivo en Girona...estoy aqui para hacer algo...otra vez tocan la campana...debe ser una señal...¿de qué?...otra vez, "ganang-ganang-ganang"...quizas es un aviso...¿de qué?...no puede ser; no hay campanas en el fondo del mar...aunque, ¿podría haber un pecio cerca y la corriente agitase la campana del puente?...Piensa, Ramon, piensa...Joder que sueño tengo...me gustaría cerrar los ojos, aunque fuese solamente por un momento...NO! No debes hacerlo! Estoy narcótico, eso es! Pero aun por un momento... pero la maldita campana no me deja...tengo la boca llena de monedas de cobre...el aire es metálico...¿por qué le he puesto cobre?... se que tengo que hacer algo, pero no recuerdo que...en la mano derecha tengo un regulador..¿qué coño hago con el regulador en la mano? intento ponérmelo en la boca pero noto que ya tengo uno...claro, si estoy respirando...me toco la cabeza y noto algo sobre la oreja...algo se ha pegado a mi oreja...intento arrancármelo con la mano izquierda, ya que en la derecha tengo PEGADO un regulador...al hacerlo me arranco la máscara...al intentar ponérmela por acto reflejo el regulador que sigue pegado a mi mano derecha me molesta..me saco el de la boca y me meto el otro..¡joder que aire más frío!(...)
Ramón Verdaguer
Los síntomas iniciáticos de la narcosis son discretos y difíciles de percibir. Te distraes... te cuesta concentrate... no entiendes bien las señales del manómetro o del ordenador.... empiezas a pensar "estoy idiota o qué", y lo más divertido de todo: de tanto rodearte de peces, al final éstos te acaban contagiando su legendaria "memoria de pez". Las pérdidas de memoria suelen arrojar anécdotas curiosas, como la del chaval que bajó a un pecio en Cabo de Palos llamado "Naranjito". La inmersión se desarrolló sin contratiempos, pero la sorpresa le esperaba en tierra: cuando se juntaron en el bar a ver las fotos de la excursión descubrió unas cuantas imágenes suyas posando garbosamente junto a la hélice del Naranjito... lo cual no tendría nada de particular, de no ser porque el chaval no se acordaba en-ab-so-lu-to de haber estado ahi, ni de haber visto nada parecido durante la inmersión. "¿Hélice? ¿Qué hélice? ¡No me jodas que había una hélice! Vamos a ver... ¿estáis seguros de que ese de la foto soy yo? No me acuerdo de nada....". Narcótico perdido, el tío.
Y hasta aquí los preliminares.
El primer y más sutil efecto de un buen golpetazo de narcosis es, como dice el psicólogo submarino Antonio Bermejo, un sentimiento de relajación física y mental muy intenso. Es la comunión con el Gran Azul, una sensación embriagadora y muy difícil de describir. Muchos buzos niegan que ésto sea un efecto de la narcosis, pero lo cierto es que llevas un globo de puta madre y perdón por la expresión. En semejante estado de éxtasis nos volvemos criaturas absurdamente peligrosas para nosotros mismos... ¿ejemplo? Muchos buceadores se sienten poco más que inmortales, aqua-mans, sirenitos... y acaban por deshacerse de todo su equipo al considerarlo innecesario. Normalmente a éstos se les puede parar a tiempo. Otros han llegado a creerse criaturas con branquias capaces de respirar bajo el agua, y han soltado sus reguladores e inhalado con decisión... y funestas consecuencias, claro. Y finalmente tenemos el caso de algunos buzos que, hipnotizados por la inmensidad del horizonte submarino, se separan del grupo y hay que ir a buscarlos porque si no pueden acabar en Pernambuco. Y es que la vida es así: a veces es necesario cortarle el rollo a la gente y decirle "No, no eres un sireno. Eres un mamífero borracho y terrestre con 50 bares de aire en tu botella, y te voy a sacar de los pelos por mucho que quieras quedarte aquí a jugar con tus amigos los crustáceos". Y punto.
El segundo efecto, las reacciones fóbicas, es el extremo opuesto al anterior: oscuridad, miedo, ansiedad y, paradójicamente, claustrofobia generada por la presencia envolvente del azul. En muchos casos se trata de miedos personales que llevamos enterrados dentro, y que se disparan en momentos de inquietud o estress: si de pequeño dormías con una lucecita en el pasillo, empezarás a notar la oscuridad del mar abriéndose bajo tus pies. Si te repelen las medusas, ya será mala suerte encontrarte con una especialmente grande bajo los efectos de la borrachera de las profundidades. La presencia de animales salvajes o la inquietante sensación de su cercanía hace que te pases toda la inmersión con la banda sonora de "Tiburón" retumbando por los recovecos de tu narcotizada cabecita. Muy desagradable.
TRANQUILOS, EL MEGALODON YA NO EXISTE... ¿O SI? |
Las reacciones fóbicas pueden ir acompañadas también de reacciones depresivas relacionadas casi siempre con el concepto de abismo: es oscuro, es desconocido, es tan inmensamente grande que nos cuesta hasta imaginarlo. A cualquier humano ésto tiene que afectarle, necesariamente. Citando otra vez a Bermejo, la reacción fóbica se manifiesta con tres fantasías muy recurrentes: la primera, una sensación de hundirse en la nada, en la boca negra y bostezante del piélago. La segunda, el temor por la aparición de una "bestia" de las profundidades, cuya presencia se intuye o "palpita" en lo hondo. Y la tercera, más común y menos dramática, una repentina preocupación por los seres queridos que muchas veces acaba desembocando en llanto, como en las clásicas borracheras terrestres.
Y finalmente llegamos a la guinda del pastel, mi parte favorita y posiblemente la más espectacular de todas las reacciones: las ilusorias. Alucinaciones, visiones, espejismos, auditivos, visuales o las dos cosas a la vez y en technicolor.... las anécdotas de este tipo de reacciones pueden llenar un archivador entero y nadie te podrá decir nunca donde está la frontera que separa el mito narcótico de la realidad. Antaño, los antiguos submarinistas bajaban a grandes profundidades con una mezcla tradicional de aire y oxígeno, lo que les producía unas borracheras legendarias. Hoy en día contamos con avances como el nitrox o el trimix, que nos evitan en gran medida este tipo de intoxicaciones y viajes siderales, empujando a las viejas historias dentro del baúl de la leyenda urbana... ¿Ejemplos? ¡Un par, por favor!
Un fotosub va por el fondo, patxín-patxín, y de repente ve a una langosta bien gorda y hermosa moviéndose y bailoteando sobre la arena. Es tan divertida que le hace un vídeo de varios minutos de metraje. ¡Ya verás cuando se lo enseñe al resto del grupo!, pensaba el tío... y efectivamente, el resto del grupo flipó: en el vídeo no se veía más que un fondo de arena, y ni rastro de la langosta bailonga. Otro chico se vio gratamente sorprendido cuando descubrió que su compañero de buceo era él mismo. Supongo que se dieron el OK y tan contentos.
Y ya va siendo la hora de cerrar este alucinógeno post con la historia de narcosis más bonita que me hayan contado jamás, y que además ocurrió en las aguas que me han visto crecer: el Mediterráneo que baña la costa de Cabo de Palos, en la bella Cartagena. ¿Cuánto hay de verdad en esta historia? Ni lo sé, ni me importa.
La costa de la reserva marina de Cabo de Palos e Islas Hormigas es rica en naufragios: una medialuna de bajos mortales, algunos de ellos a tres metros escasos de la superficie, se encargaba de rajar la barriga a todos los barcos que se aventuraran a cortar tan peligrosa línea: Naranjito, Stanfield, Candelero, Carbonero, Doris, Atlantic City, USS Willmore, Maria Dolores, Alavi, North America, Minerva... y el más célebre de todos, el Titanic español: SS Sirio (1883), un trasatlántico italiano de 5.000 toneladas de acero en el que perdieron la vida entre 200 y 500 personas, según el baile de cifras. No es un pecio accesible, ni fácil: la popa se encuentra a unos 40 metros de profundidad, mientras que la proa está a nada menos que 70 metros, en el reino de lo que Verdager llama "los perros de la narcosis".
Dos buceadores ampliamente cualificados bajan a la proa del SS Sirio: uno de ellos se mantiene en la zona de seguridad, como guardián de su compañero, mientras el otro desciende hasta la destrozada cubierta del barco. Entre los escombros invadidos de gorgonias rojas sobresalen los restos de una estructura: la antigua tarima donde la banda de música amenizaba las suaves noches de verano al ritmo de valses, polkas y animados reels. El buceador recoge uno de los pedazos de madera sueltos, una bella barandilla decorada con notas musicales en bajorelieve. El trabajo es de una delicadeza exquisita. Mientras lo contempla y lo gira entre sus manos enguantadas, comienza a oir en sordina unos acordes ahogados, que poco a poco se van perfilando como una melodía. La música parece sonar en la antigua tarima de orquesta: viene de todas partes y de ninguna, como todos los sonidos bajo el mar, y envuelve a navío y buceador en el mismo hechizo. Los perros de la narcosis andan sueltos a 70 metros de profundidad sobre un barco-cementerio, y ya no hay quien los pare.
Es en ese escenario nostálgico, bellísimo y delirantemente peligroso en el que se aparece la chica: al principio no es más que una mancha azul cobalto sobre el cobalto del mar, pero poco a poco va cobrando relieve como una pieza de seda ante los ojos del buceador. La chica es guapa y triste, como las muchachas de los daguerrotipos, y lleva un vestido azul que ondea con las corrientes. El nitrógeno corre como una cascada por la sangre del buceador, y en consecuencia hace lo más sensato que se puede hacer cuando una chica bonita, vestida de largo, se detiene frente a tí en la cubierta de un barco hundido mientras suena la música... pues bailar con ella. Una mano enguantada en neopreno sobre una mano de blancura abisal, enlazados por la cintura, comienzan a girar por la cubierta del Sirio al ritmo de una música cada vez más nítida. Vueltas y más vueltas, rodeados por una espiral de burbujas, se abrazan hasta que llega un punto en el que la chica se detiene bruscamente: de repente, ya no quiere bailar más... ¿la habrá ofendido, se habrá sobrepasado? Desde luego, no era su intención. Ella intenta soltarse del tosco abrazo del buzo. Forcejean y en el forcejeo, la cara de la muchacha se transforma a una velocidad de vértigo: en cuestión de segundos aparecen en su delicado rostro una máscara de buceo, un regulador, una barba poblada y a su alrrededor el aura de la cabellera desaparece para dar paso a una capucha de neopreno. Es su compañero, el guardián en la zona de seguridad, agitándolo con fuerza en un desesperado intento de soltar de los engarfiados dedos del intoxicado un trozo de madera tallado con notas musicales.
El hechizo se rompió finalmente y los dos experimentados buceadores pueden ahora contar su historia por los bares de Cartagena y Cabo de Palos... mientras, en lo más profundo, la chica del vestido azul sigue esperando, sobre la cubierta del malhadado Sirio, que baje otra pareja de baile.
Cartagena, 27 de mayo del 2013